Mirar un cuadro Ana Sevillano

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MIRAR UN CUADRO: ANA SEVILLANO
OBRA:”DOLOROSA”

Por fin hoy voy a poder pagar la deuda que tengo contraída, con una de las más fieles admiradoras de este Taller, al que raramente falta desde su creación en noviembre de 2006.
Yo pago todas mis deudas, económicas y morales. De las primeras, afortunadamente no tengo, y de las segundas, creo no tener muchas (aunque esto nunca se sabe) y de una de ellas era acreedora, mi amiga y colega, Ana Sevillano, que como artista tiene meritos para ello y como mujer también, por que no se el porqué, el sexo complementario, que no contrario, me atrae como la luz a una mariposa nocturna.

Aunque Ana nació en Valdemoro, cuna y yo diría que fabrica de Guardias Civiles por estar ubicado allí el entonces llamado Colegio de Guardias Jóvenes, en el que su padre, Guardia Civil, estaba destinado, ella es tan sevillana como su apellido, pues a los pocos meses de nacer, se la llevaron a Sevilla de donde procedía toda su familia.
Y en Sevilla radican todas sus vivencias de niñez y juventud. Allí comenzó su vida laboral, y en cierta manera, artística, al tomar contacto con el color, pues su primer trabajo fue como decoradora en una fábrica de muñecas y caballitos de cartón, cuando su edad era más propia de jugar con ellos.
Luego pasaría a trabajar en una importante fábrica de lámparas o bombillas incandescentes, mientras se iba haciendo mujer pizpireta y bella, junto a sus cuatro hermanas, que eran casi de una misma hornada (dos de ellas mellizas), y todas ellas mocitas casaderas, cuando tonteaban con los huéspedes (así se llamaba al flirteo o ligue entonces) que en la casa de vecindad de su abuela se hospedaban.
Uno de ellos, granadino por más señas, que por entonces realizaba el Servicio Militar en Ferrocarriles, se prendo de ella hasta el punto de ennoviar en “gran velocidad” (la de aquellos años) y viajar entre Granada y Sevilla con harta frecuencia, para decirle al oído a la mocita Ana, lo mucho que la quería.
Aunque, a veces no se lo pudiera decir muy de cerca, por las múltiples “escopetas” que por entonces vigilaban a las parejas para que no se extralimitaran en sus efusiones amorosas, y más en casa de un Guardia Civil, en la que las escopetas de verdad estaban presentes.
Sin embargo el granadino, ya ferroviario de profesión y buena persona, se había ganado a la familia y el corazón de la joven Ana, que para confirmarlo y mientras duró su noviazgo, colgaba de su cuello la llave, si no de su corazón que para él estaba siempre abierto, la de un cofre en el que guardaba como amuletos, los pequeños e intranscendentes regalos que le traía su amor desde Granada, que aunque no eran “velos de Grecia” ni “chales de cachemira”, como los que ofrecía el Capitán moro a la cautiva cristiana, a ella así le parecían, hasta el punto de que con poco más de una veintena, dejo padres y Patria chica y se largó con él a tierras aragonesas, para habitar en un lugar, que si no eran “un palacio en Granada”, tal lo parecía pues fue a parar a la singular estación ferroviaria de Canfranc, en Huesca, donde el moro granadino había sido destinado.

Y allí, entre banderazo y banderazo a los trenes que pasaban, el “moro morito moro, moro de la morería”, fue haciendo madre a quien siempre fue mujer.
Y cuando allá a finales de los sesenta, llega la troupe ferroviaria a Alicante, por ascenso y nuevo destino del jefe de familia y de estación, son cuatro sus componentes.
Aquí Ana, echa mano de sus conocimientos con el cartón piedra, para integrarse laboralmente en las Hogueras alicantinas.
Pero Ana, que de siempre había tenido inclinaciones por el dibujo y más aun por el color, comienza por su cuenta a practicar en lienzo sus cocimientos coloristas, y para afianzar sus dotes innatas, al final de los ochenta se inscribe en la Academia del maestro Juan Trivez, eficaz en la enseñanza, buen pintor y persona cordial y sencilla, como lo acreditan los muchos alumnos que han pasado por ella.
Con Juan, Ana va puliendo y perfeccionando la técnica, y realizando obra tras obra en las que el pincel y la espátula trabajan el óleo, para dar forma a sus temas: figura, retrato, el siempre difícil retrato y los motivos religiosos y taurinos, que su sevillanismo ancestral, lleva grabado en sus genes desde hace más de dos milenios.

Ana juega con el color con fuerza y valentía. Valentía que nace de sus conocimientos intuidos o aprendidos de los Grandes Maestros. Azules y naranjas, verdes y rojos y violetas y amarillos, se complementan para lograr fuertes contrastes, que nacen de eso y no de la cantidad de la materia aplicada.
Los blancos no son mas blancos por los fuertes empastes, si no por el tono de los colores adyacente y cuando se quiebra con el color adecuado, que nace de los reflejos.
Esto lo sabía muy bien nuestro Sorolla, y Ana lo sabe o lo intuye (esto es más propio del verdadero artista) y lo practica tomando algo, como todos nosotros hacemos de alguien: en su caso de Renoir, especialmente y menos de su maestro Juan Trivez, que es más comedido en el color. De ese “algo”, pasado por su personalidad y técnica, nace el estilo de Ana, que lo tiene sin lugar a dudas.

Ana se ha prodigado poco en exposiciones individuales, quizás por falta de obra para exhibir, por ser el grueso de la misma retratos. Si lo ha hecho con cierta frecuencia en colectivas, en especial en las grandes organizadas por nuestra Asociación.

Hoy nos trae a este Taller de sufridores masoquistas y a la vez de exhibicionistas, que todos eso somos los que por aquí hemos ido pasando a lo largo de ya casi tres años, el cuadro titulado: “ DOLOROSA” que como es norma es tan secreto como se dice de algunos famosos sumario judiciales: solo para los que no sean policías o periodistas pues ellos se enteran de todo.

A mí, Ana, siempre me ha interesado tanto o más como persona, que como pintora. Su discreción y señorío en el trato y la imagen que a mí me da, y supongo que a los demás también, de mujer de criterio, fino humor y gracia de sevillana de pro, es una maravilla, como la lluvia en Sevilla, según la famosa y anodina frase, que una y otra vez repetía mi admirada Audrey Hepburn, para aprender a vocalizar. Y es que Ana, como la lluvia de su Sevilla, me maravilla y me empapa de emoción, cuando, en alguna ocasión festiva de la Asociación o en mi casa el “Día de los nenúfares”, se ha arrancado por alguna de las formas del cante flamenco, o interpretado con empaque y emoción la copla popular española.

Ana es así, una mujer que respira y exhala Arte por toda su aun bella humanidad y lo que es más importante: bondad y amistad para todos nosotros, que la queremos y se lo demostramos, con el aplauso sincero que se le vais dar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Leo sus palabras yno imagina cuanto me emociono pues, aun conociendo de primera mano esta bella historia,nunca habría sabido plasmarla en papel de igual manera.

Dicen que el halago debilita pero NO en este caso, y por dos motivos que bine pudieran ser:
1º porque estamos hablando de la "torre" mejor y mas firme construida que jamás he visto y , como tal, no hay quien la derribe,ni elogios ni palos (que los ha tenido) y 2º ...leche¡, porque todo es cierto y así es ella, MI MADRE.

Reciba un muy cordial saludo
Atte,

Francisco Domingo Sevillano